En la antigua Grecia, el huevo se consideraba una síntesis perfecta de los cuatro elementos: la cáscara se identificaba con la tierra; la yema con el fuego; la clara con el agua, y el espacio entre la cáscara y la clara con el aire.
Tras denostarlo durante un tiempo, parece que se ha llegado a la conclusión de que nada hay de cierto en las teorías que señalaban sus perjuicios. Los valores nutritivos y de todo tipo que tiene el huevo se vuelven a tener en cuenta.
¿Hay algo más rico que un par de huevos fritos? Pues parece que sí. Según mi hermano, los huevos fritos hay que tomarlos impares. O sea, que a partir de tres está la medida justa.
Ahora que vuelve a estar de moda, hay que aprovecharlo, porque encontraremos mil formas de cocinarlo y cocinar con él.
Se adapta al dulce y al salado y sirve para camuflar muchos restos, que terminan siendo fantásticos platos. Es un tesoro que hay que saber aprovechar.